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Raquel Rey

Nací y me crie en el famoso barrio madrileño de Tetuán, pero he de decir que tengo el corazón algo dividido, ya que por mis venas corre sangre gallega. Me gusta Madrid y todas sus oportunidades, pero a mí, la tierra Gallega me envuelve y me transforma en una persona algo distinta.  Desde que tengo uso de razón, empecé a crear y expresar mis inquietudes en forma de pintura.  Simplemente porque me divertía y me provocaba algo distinto. Eran tantas las sensaciones que me provocaba, que aún sigo experimentarlo por todo mi cuerpo como si fuera entonces. Sigo aprendiendo cada vez que hago algo nuevo y  sigo también sorprendiéndome y dudando hasta que por fin lo veo todo claro. Siento, que además de que me divierto con lo que hago, también amo todo lo que puede salir de mi imaginación.

Toda mi infancia transcurrió en  un entorno realmente artístico, ya que mi hermano y mi hermana se dedicaban a la ilustración y a la acuarela respectivamente. Era muy pequeña, así que hacía cosas de niña pequeña. Siempre he sido muy inquieta y a ellos les hacía perder la concentración con facilidad, así que me daban una hoja y unas ceras de colores para que les dejara tranquilos. Me gustaba verles pintar y yo intentaba imitarles sin saber muy bien que es lo que hacía. Recuerdo que me reía mucho y me alucinaba ver cómo era capaz una hoja en blanco, convertirse en un festival de colores por arte de magia. No sé los años que tendría entonces, pero lo que si recuerdo, es cuando fue la  primera vez que empecé a tener imaginación propia.

Mi imaginación.

 Tendría tan solo siete u ocho años.  Recuerdo con gran anhelo cuando iba caminando por las calles del barrio a la salida del colegio. Me fascinaba observar todos los detalles que tenían. Sus casas, sus gentes, algunos de sus balcones llenos de coloridas flores. No sé cómo se me pudo ocurrir una cosa semejante con esa edad, pero  un día, me di cuenta cuando baje la mirada al suelo por un instante de que todo era de un tono gris que no me gustaba. Me frené en seco  y observé por primera vez con otros ojos, que el asfalto de todas las calles eran igual. Solamente les acompañaban unas tristes figuras simétricas en blanco que no entendía dibujadas en él. Me quedé con una sensación algo extraña todo el camino hasta que llegué a mi casa. Entré y dejé la mochila en la cama y me senté en ella algo contrariada pensando de qué manera podría hacer que todo fuera distinto. Me levante y fui para la terraza. Me asomé por ella y vi desde arriba como el asfalto y las aceras de mi propia calle también eran igual. Eso me entristecía aún más.  No podía ser. Me quedé allí sin levantar la mirada del suelo detenidamente durante un buen tiempo, hasta que se me ocurrió la manera más sencilla de cómo cambiarlo todo. Rápido y sin perder un segundo, cogí prestado las pinturas que tenían mis hermanos guardadas en su maleta. Aunque he de reconocer una cosa, en ese mismo instante no pensé en sus futuras consecuencias, creyéndome  que no se darían cuenta si solo cogía unos poquitos colores de cada uno de ellos. Una vez que las cogí prestadas, baje lo más rápido que pude por las escaleras intentando sujetar todas las ceras que llevaba en mis pequeñas manos y empecé a pintar toda la carretera transformándola en ese festival de colores que hiciera que esa niña Raky que aún sigo llevando dentro, dejara a su imaginación actuar por si sola a través de las manos. Todo lo que se me pasó  por la cabeza lo pinte. Hadas, Duendes, Bosques e infinidad de rostros que tenía en mi mente haciendo que ese día fuera uno de los más felices que puedo recordar de mi niñez. Recuerdo que no paraba de pintar, de reírme y de estar feliz. Las personas que pasaba a mi lado me echaban la bronca y me amenazaban con ir a mis padres diciéndome que si yo era la niña del 3ºizda. Pero a mí me daba igual, así que para despistarles,  rápido subía por las escaleras para llegar a casa antes de que me cayera una buena. Me asome desde el balcón para divisar lo que acababa de hacer y fue en ese mismo instante, cuando me di cuenta de lo que llegaría a ser muy importante para mí. La perspectiva de todo lo que haces y cómo lo haces. Yo creía que había pintado toda la calle y desde mi propia terraza no se podría apreciar lo que había hecho. Me llegó a cabrear. Pero aprendí con el tiempo mucho de ese momento.  Baje de nuevo a la calle asegurándome que no pasaba nadie por allí y me puse a pintar, pero esta vez intente hacerlo más grande para que se pudiera ver mejor. Una vez que pensaba que lo había terminado, subía, lo observaba y volvía a bajar para corregir lo que no se veía bien. Lo hacía tantas veces como hiciera falta. Hasta que una de las veces, me di cuenta de que todo estaba perfecto, todo estaba como quería. Me quedé toda la tarde allí, en el balcón mirando sin descanso todo lo que había creado una niña de tan solo 8 años.

Reflexionando sobre la creatividad creo que es un don, otra dimensión de la espiritualidad que nos guía. Cuando me di cuenta de que siempre quise ser artista plastica, ya lo era, así que esa fantasía me llevo hasta la acción y el punto donde hoy me siento realizada como artista.   Respeto este arte en su máxima expresion y lo que conlleva.  Hoy por hoy, sigo experimentando diferentes estilos y texturas en mis cuadros, inclinándome finalmente por el figurativo y el abstracto.

Raquel Rey.

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